En el aprendizaje verdadero visible o invisible, para que se produzcan nuevos y superadores conocimientos, y más aún de forma colaborativa (no cooperativa), se necesitan dos componentes intrínsicamente relacionados. La cognición y la construcción. Solos, por separado, solo refuerzan hábitos -quizás mal aprendidos- y generan bases o esquemas mentales de pensamiento -en términos de Piaget- inapropiados, pero no se traducen en aprendizaje, y menos aún en un saber-hacer social (contemplando a Vygostki) y en la práctica, por lo que se excluye la Zona de Desarrollo Próxima, debido a que el medio ambiente y nuestra relación con los otros se encuentran incompletos o distorsionados.
El exceso de cada uno también es contraproducente. En el caso de la construcción, no se convierte en un objetivo materializable (sería un fin en si mismo) si no hay una base cognitiva apropiada (que debió ser adquirida y reforzada en los niveles primarios y secundarios, principalmente). Con respecto a la cognición, su exceso a través de instrucciones solo genera la falsa noción de saber y tranquilidad, ya que nuestros pensamiento giran en torno a fórmulas, estandares o estereotipos, pero no hay una verdadera comprensión ni razonamiento de los procesos. Por eso, en su justa medida, las instrucciones son necesarias y muy importantes, porque sientan las bases de qué hacer y cómo, pero si se abusa de ellas o son muy rígidas, se coarta al aprendiz de su capacidad creativa para enfrentar por si solo el reto, para aprender aprender, para desaprender y volver a aprender, para construir conocimientos mediante diferentes formas de análisis y soluciones a los problemas o retos planteados.
La siguiente historia, confeccionada en Storify con diversos twits, muestra de forma graciosa y anecdótica cómo ese exceso de instrucciones y el hacer por hacer (como fin en si mismo) asemeja a las personas con el accionar de un robot y anula su capacidad de pensar.